Me explicaron que la historia de los israelitas se escribió para nuestra enseñanza. Israel fue destruido por Roma en el año 70 d. C. Israel estaba muy orgulloso de ser el pueblo escogido de Dios. ¿Pero por qué y cómo fueron destruidos? ¿Y qué enseñanza nos da esta historia hoy en día?

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Fue alrededor del año 30 d. C. Los líderes religiosos de Israel acusaron a Jesús, que era Dios que había venido a la tierra en forma humana para la salvación de la humanidad, y lo llevaron ante Pilato, el gobernador de Judea. Los judíos, reunidos en el lugar del juicio, alzaron la voz y clamaron: “¡Crucifíquenlo! ¡Crucifíquenlo!”.

Pilato encontró a Jesús inocente de todos los cargos, pero tenía miedo de que la multitud se amotinara si no lo castigaba. Así que tomó agua, se lavó las manos delante de la multitud y dijo: “Inocente soy yo de la sangre de este justo; allá vosotros”.

“Su sangre sea sobre nosotros, y sobre nuestros hijos” (Mt 27:25).

El clamor de los judíos que crucificaron a Jesús recayó sobre ellos cuarenta años después.

El caos de Israel y el asedio de Vespasiano a Jerusalén

Después de la crucifixión, aumentaron las quejas entre los judíos debido a la constante opresión de Roma. En Jerusalén, se levantó una revuelta y se propagó rápidamente por todo Judá. Roma se apresuró a enviar su ejército para sofocar la revuelta, pero el ejército romano enfrentó una feroz resistencia y tuvo que retirarse.

Consternados por la situación, Roma designó al general Vespasiano, que era muy experimentado en batalla, como nuevo comandante para reprimir la revuelta judía. Vespasiano marchó a Jerusalén encabezando un ejército de sesenta mil hombres, y en el año 68 d. C. aisló Jerusalén y se preparó para sitiarla.

Era una situación de estar sentado sobre un barril de pólvora. Pero de pronto, el ejército de Roma se retiró de Jerusalén. Los judíos de la ciudad de Jerusalén pensaron que los soldados romanos habían huido gracias a la ayuda de Jehová. Eufóricos por su victoria en la guerra, danzaron y gritaron de emoción, alzando sus escudos. Toda la ciudad de Jerusalén se encontró sumida en un ambiente festivo.

Tito asedia Jerusalén

La razón por la que el general Vespasiano se retiró de manera intempestiva fue el repentino e inesperado suicidio del emperador Nerón. Vespasiano subió al trono y fue declarado oficialmente emperador de Roma en el año 70 d. C. Cuando resolvió la agitación política de Roma, confió a su hijo Tito el mando de toda la operación militar contra Jerusalén. Según un elaborado plan, Tito sitió Jerusalén con un contingente de ochenta mil hombres.

Jerusalén era una ciudad naturalmente bien fortificada, construida sobre una montaña de laderas empinadas; tenía tres capas de murallas a su alrededor, que eran gruesas para protegerse de los ataques. También había un canal que el rey Ezequías había construido en caso de un ataque asirio, a través del cual la Fuente del Gihón desembocaba en la ciudad, para que la gente que habitaba allí sobreviviera incluso en caso de quedar aislada del mundo exterior.

El ejército romano bloqueó primero el canal de Gihón, y cortó por completo la ruta de suministro de alimentos a Jerusalén, y cerró toda entrada y salida de la ciudad.

Como el aislamiento de Jerusalén se prolongó, sus habitantes empezaron a morir de hambre. Los tejados estaban atestados de mujeres y niños exhaustos, y las calles repletas de ancianos. Los jóvenes deambulaban por las calles como fantasmas con el rostro huesudo, se caían de cansancio por todas partes, y agonizaban con dolor.

Nadie lloraba ni se lamentaba por estas muertes. Ni siquiera sus familiares tenían fuerzas para enterrar a sus muertos. Y aunque alguien hubiera tenido fuerzas, los muertos eran tantos que debían renunciar a sepultarlos. En el silencio de las horribles muertes, la multitud se hacía cada vez más violenta. Entraban en las casas y robaban cualquier cosa para comer, incluso buscando entre los muertos.

Sufriendo de hambre extrema, la gente empezó a comer todo lo que podía conseguir. Masticaban cinturones, botas y el cuero de los escudos, y también hurgaban en la basura en busca de comida, que ni siquiera los animales tocaban.

Pero eso no fue nada. El severo dolor del hambre provocó algo terrible y cruel: algunas mujeres incluso se comieron a sus bebés para sobrevivir.

Todo lo que le sucedió a Jerusalén cuando fue sitiada por el ejército romano ya había sido profetizado en la Biblia.

“Pondrá sitio a todas tus ciudades, hasta que caigan tus muros altos y fortificados en que tú confías, en toda tu tierra; sitiará, pues, todas tus ciudades y toda la tierra que Jehová tu Dios te hubiere dado. Y comerás el fruto de tu vientre, la carne de tus hijos y de tus hijas que Jehová tu Dios te dio […]” Dt 28:52-57

La caída de Jerusalén en el año 70 d. C.

Tito lanzó intensos y continuos ataques contra Jerusalén. Los judíos que quedaron vivos en la ciudad lucharon contra Roma, exhaustos por el hambre, pero finalmente fueron asesinados por el ejército romano. Los muros, el templo y todo lo demás en la ciudad fueron incendiados y las calles se llenaron de cadáveres. La sangre derramada de los cadáveres era suficiente para apagar las llamas.

El 8 de septiembre del año 70 d. C., Jerusalén finalmente se rindió ante Roma. El número de judíos cautivos tomados en el transcurso de la guerra ascendió a noventa y siete mil, y el número estimado de muertos durante el asedio llegó a un millón cien mil.

Jerusalén fue completa y totalmente destruida hasta el punto que resultaba difícil creer que alguna vez hubiera vivido gente en esa ciudad. Ese fue el fin de la ciudad que una vez alcanzó renombre.

La salvación de los cristianos

Sin embargo, no todos en la ciudad enfrentaron esa horrible situación. Mientras los judíos se embriagaban con la alegría de la victoria por la retirada del ejército de Vespasiano, todos los cristianos de Jerusalén salieron de la ciudad.

¿Cómo se les ocurrió salir de Jerusalén? Fue porque Jesús ya había profetizado sobre la destrucción de Jerusalén y dio una “señal” de advertencia previa a la destrucción de Jerusalén. Esa señal fue: “Jerusalén será rodeada de ejércitos”.

​​“Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado. Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que en me dio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella. Porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas.” Lc 21:20-22

Transcurrieron cuarenta años desde la ascensión de Jesús. Mientras tanto, la gente olvidó a Jesús y no recordó lo que había dicho. Solo en el corazón de los cristianos se mantuvieron vivas las palabras de Jesús como una lámpara perpetua. Por esa razón, cuando Jerusalén fue rodeada por el ejército romano en el año 68 d. C., los cristianos comprendieron que era el momento de actuar según la profecía, y huyeron a la ciudad de Pella. El día de la caída de Jerusalén, los cristianos pudieron recibir la enorme bendición de ser salvos de la destrucción al creer en las palabras de Cristo.

Esta historia nos da una lección a los que vivimos en esta época.

Las señales proféticas y la salvación

“Entonces les dijo: Se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá grandes terremotos, y en diferentes lugares hambres y pestilencias; y habrá terror y grandes señales del cielo.” Lc 21:10-11

Ahora escuchamos constantemente noticias sobre desastres, guerras y accidentes que ocurren en toda la aldea global. Estas también son las señales que Jesús profetizó. Las señales que ocurren hoy nos dicen que ahora es el momento de huir a Sion.

“Anunciad en Judá, y proclamad en Jerusalén, y decid: Tocad trompeta en la tierra; pregonad, juntaos, y decid: Reuníos, y entrémonos en las ciudades fortificadas. Alzad bandera en Sion, huid, no os detengáis; porque yo hago venir mal del norte, y quebrantamiento grande.” Jer 4:5-6

Sion es el lugar donde se celebran las fiestas solemnes de Dios (Is 33:20, He 12:22). Las fiestas solemnes que se celebran en Sion en los tiempos del Nuevo Testamento son las fiestas del nuevo pacto, las siete fiestas de tres tiempos, que comienzan con la Pascua (al anochecer del catorce del primer mes según el calendario sagrado). La Pascua contiene la promesa de Dios que permite que cualquier desastre pase por encima de nosotros (Ex 12:11-14).

Dios desea ansiosamente que todas las personas sean salvas guardando la Pascua, el pacto de vida, en Sion.

“Y les dijo: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca! […] Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa (vino), diciendo: Esta copa (vino) es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.” Lc 22:15, 19-20

En el año 70 d. C., los que despreciaron las palabras de Jesús sufrieron una muerte horrible y dolorosa cuando Jerusalén fue destruida. Los judíos que no reconocieron a Cristo e ignoraron sus palabras, y los cristianos de la iglesia primitiva, terminaron con consecuencias totalmente diferentes. Aprendiendo una lección de ellos, debemos prestar atención a las profecías de Dios y seguirlas.

Considerando la realidad de este tiempo presente, reunámonos en Sion sin demora. Ya que hemos sido llamados como hijos de Sion antes que otros, debemos tocar fuertemente la trompeta de salvación a todas las naciones. Proclamando en voz alta la Pascua del nuevo pacto, debemos hacer que todas las personas del mundo entero huyan a Sion, la ciudad fortificada, sin demora. Esta es la misión profética que debemos cumplir ahora.