Una flor de amor que brotó en el jardín de pruebas
Park Du-yeon, desde Changwon, Corea
Tuve que permanecer en el hospital más de noventa días para recibir tratamiento de la espalda. Se puede considerar un período corto, pero mientras estaba tendida sin mover ni un centímetro debido al dolor, el tiempo pasaba lentamente como si se hubiera detenido. También me angustió oír que tendría que continuar con un tratamiento ambulatorio a largo plazo aun después del alta hospitalaria.
Incluso antes de hospitalizarme, ya me había debilitado por la tristeza de perder a un miembro amado de mi familia tres años atrás sin poder prepararme. Apenas podía resistirme a quedar completamente devastada porque había comprendido el mundo espiritual y Dios me alentaba con una mano de ayuda invisible. Pero sufriendo nuevamente tormentosas pruebas en mi vida, lloré mucho por los dolores físicos y emocionales.
Fueron la palabra de Dios y la oración las que sostuvieron mi alma, que parecía destrozarse incluso ante el más mínimo viento. Las palabras de Dios que escuchaba por mi teléfono inteligente, recostada en la cama del hospital, eran la misma agua de la vida. Así como la solución de Ringer fluye a través de los vasos sanguíneos de pies a cabeza y proporciona nutrientes, la voz del Padre y la Madre contenida en las palabras llenó mi alma fatigada del Espíritu Santo. Tenía que superar ese sufrimiento al menos por la gracia de los Padres celestiales, que hicieron inconmensurables sacrificios y nos concedieron el agua de la vida a los pecadores del cielo que estábamos condenados a morir.
“Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles.” Ro. 8:26
Recordando al Padre, que debe de haberse afligido más que yo misma, y a la Madre, que debe de estar orando por mí con ansiedad, no dejé de orar día y noche siguiendo el ejemplo de Dios.
“Por favor, ayude a esta hija débil. Deme la fuerza para vencer esta prueba.”
Cuando lloraba silenciosamente y oraba, acostada, una enfermera venía y enjugaba las lágrimas que corrían por mis mejillas. Probablemente mi oración había llegado al cielo. Mejoré poco a poco, y finalmente pude sentarme y comer por mí misma. Por el hecho de poder sentarme sola y comer con mis propias fuerzas, nuevamente estallé en llanto; me sentí muy agradecida por la rutina cotidiana que se daba por descontada.
“Por favor, ayúdeme a ir a Sion caminando paso a paso.”
No me cabía duda de que Dios también respondería a esta oración. Sentía mucha ansiedad. Echaba de menos Sion, el hogar de mi alma, donde están mis amados hermanos y hermanas. Extrañaba los tiernos brazos del Padre y de la Madre. Pensé que si solo hubiera podido ir a Sion para orar, alabar a Dios y escuchar sus palabras, no habría tenido nada que desear. Además, quería dejar de inquietar a los miembros de Sion que recordaban visitarme para consolarme con las palabras de Dios.
Entonces una noche tuve un sueño. Todo el entorno se tiñó con una luz brillante. Cuando alcé la cabeza, la Madre sonrió ampliamente y me dijo que tuviera ánimo y que mejorara pronto. Fue un sueño muy feliz y conmovedor.
Me desperté alegre como nunca. Una paciente, con quien compartía la habitación del hospital y con quien me llevaba bien como si fuera mi propia hermana, sintió curiosidad y me preguntó si había soñado con mi mamá. Comentó que yo decía “madre” varias veces mientras dormía.
Le hablé de la Madre celestial, a quien amo y extraño más. Ella era una budista devota como lo fui yo. Sin embargo, cuando confirmó a Dios Madre testificada en la Biblia, mostró el deseo de asistir conmigo a nuestra Iglesia de Dios. Quedé aturdida. Siempre quería salvar un alma en dondequiera que me encontrara, pero no imaginé que guiaría a alguien más a la salvación en una situación en la que ni siquiera podía cuidar de mí misma. Por otro lado, me sentí muy avergonzada. Solo me preocupaba de mi enfermedad, sin reconocer un alma que esperaba recibir la vida eterna, justo a mi lado. ¡Qué triste ha de haber estado Dios!
Al poco tiempo, a ella le permitieron salir del hospital después del tratamiento, y prometimos rencontrarnos en buen estado de salud. Mi voluntad de cumplir la promesa me hizo orar con mayor seriedad. Esta vez Dios tampoco ignoró mi oración. Me recuperé de la enfermedad a un ritmo asombroso, y finalmente fui dada de alta. Aunque apenas podía caminar con un protector de espalda puesto, era como un milagro para mí, en comparación con los días pasados cuando me resultaba difícil hasta levantar una cucharilla.
Conteniendo mis emociones, me encontré con ella después un largo tiempo y nos dirigimos a Sion. Sentí como si mis pies tuvieran alas. ¡Tanto tiempo había pasado! Cuando ingresamos en Sion, los hermanos y hermanas nos dieron la bienvenida con sonrisas amplias y reconfortantes, las mismas de antes, y el dolor y la pena que había sentido hasta entonces se desvanecieron. “Por fin he vuelto a mi hogar. Padre y Madre, estoy en casa. Ahora me encuentro sana. Incluso he encontrado a una hermana perdida y vine con ella”, dije en mi mente con lágrimas.
Ella escuchó atentamente las palabras de la Biblia como lo hacía en el hospital, y participó en la ceremonia de recibir una nueva vida. Desde entonces, ha estado llevando su feliz vida de la fe conmigo. Cada vez que veo a la hermana esforzándose con diligencia por almacenar bendiciones en el cielo, los largos y terribles recuerdos del pasado se convierten en nada, e incluso me enorgullezco de los rastros de dolor que permanecen. Aunque estuve enferma y sufriendo, no puedo compararme con Dios que soportó el dolor de la muerte y se sacrificó. Además, Dios tuvo que padecer solo en todo momento.
Dios ha estado conmigo todo el tiempo. Pensé que mi vida era una serie de sufrimientos, pero en realidad era una vida de gracia. Los momentos difíciles llegaron a ser escalones permitiéndome dar un paso más y aferrarme a las bendiciones. También en estos días, a menudo derramo lágrimas como cuando estaba hospitalizada, pues me siento agradecida con Dios, quien me fortalece, y apenada por no ser de ayuda para el Padre y la Madre.
Me gustaría expresar mi gratitud hacia los Padres celestiales mediante este corto y deficiente escrito. También agradezco a los miembros de Sion que recorrían un largo camino para cuidarme y consolarme. Cuando ni siquiera podía moverme en el hospital, me encontré con el Padre y la Madre y sentí su amor a través de los miembros de Sion. Pude superar los tiempos duros solo gracias al amor del Padre y la Madre y de los hermanos y hermanas. Ahora que pienso en ello, acepté la verdad conmovida por el amor de la Madre después de visitar la Exhibición Literaria y Fotográfica “Nuestra Madre”. Soy bienaventurada al conocer a Dios, que es la raíz y la realidad del amor, y al poder permanecer en sus brazos.
Indudablemente a mi alrededor habrá almas anhelando amor. Las buscaré con diligencia. Aunque solo he preocupado al Padre y a la Madre hasta ahora, me esforzaré por darles sonrisas predicando el evangelio y practicando el amor. Hoy también ofrezco a Dios oraciones de gratitud y súplicas con lágrimas. Estoy segura de que el Padre y la Madre también responderán a esta oración.