En el lugar de la recuperación por la inundación

Wahng Ga-ram, desde Busan, Corea

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A fines de este verano, lluvias torrenciales golpearon la región sur de Corea. Incluso los que llevaban mucho tiempo viviendo en Busan, dijeron que nunca habían visto tanta lluvia.

Como fue un desastre natural repentino, la inundación causó severos daños. Muchas casas resultaron dañadas por la inundación; sus muebles y electrodomésticos estaban llenos de lodo, y las tiendas ubicadas en los sótanos se inundaron hasta las rodillas, y era difícil sacar el agua. Todos los dueños de las tiendas estaban desconcertados sin saber qué hacer.

Los funcionarios del municipio de la ciudad pasaban dificultades porque no tenían mucha ayuda a pesar de las numerosas solicitudes de socorro de los residentes. Buscamos a los residentes en necesidad a través del municipio de la zona afectada, uniendo fuerzas con los hermanos de una Sion cercana.

Las áreas dañadas fueron afectadas enormemente en cada rincón, y no sabíamos por dónde empezar. Parecía que los residentes pensaban: “¿Quién puede hacer algo en esta situación?”. Sin embargo, como cientos de personas con chalecos anaranjados empezaron a reparar los daños, uniendo fuerzas con un corazón, el ambiente cambió por completo. Por todas partes sacábamos puertas pesadas y pisos de linóleo y movimos los muebles, gritando: “¡Uno, dos, tres!”.

Una vez que terminábamos de reparar los daños en una casa, inmediatamente íbamos a la del lado. Al avanzar, quedaba limpiamente arreglado el dolor de cabeza acumulado y las casas quedaban como antes.

Cuando sacábamos todo el lodo, olía mal debido al moho. Limpiábamos el piso una y otra vez y de nuevo encontrábamos todo tipo de basura y suciedad mezclada con lodo. El sudor caía por nuestra frente y espalda, y todo nuestro cuerpo se empapaba de lodo, pero no nos sentíamos cansados porque estábamos trabajando juntos.

Fue entonces que tuvimos que entrar en una tienda ubicada en un sótano donde no había electricidad. Estaba tan oscuro que ni la propietaria quería entrar. Pero tomamos nuestras linternas y entramos sin dudar. Sacamos fuera de la tienda toda la basura y las cosas mojadas, subiendo y bajando las escaleras, y al final hubo una gran cantidad de lodo fuera de la tienda.

Para sacar el agua de la tienda, nos pusimos en una fila en las escaleras, sacamos el lodo en cubos y lo echamos fuera de la tienda. Repitiendo esto varias veces, limpiamos el suelo y toda la tienda. La propietaria, que estuvo observándonos todo ese tiempo, derramó lágrimas.

“Nunca he visto a nadie trabajar tan duro como ustedes. ¿Dónde está la Iglesia de Dios? Quiero visitarlos algún día y agradecerles. ¡Cielos, realmente son increíbles!”

Al ver que no podía seguir hablando, emocionada por nuestro servicio voluntario, nosotros también nos emocionamos hasta las lágrimas. Los ancianos que nos habían visto durante algunos días, también parecían estar emocionados. Un día, una anciana tomó nuestras manos y no dejaba de decir: “Son muy hermosos. Muchas gracias”.

Fue muy conmovedor. ¿Dónde habríamos oído tales elogios diciéndonos que somos hermosos? Comprendí nuevamente que es por eso que Dios nos pidió que seamos la luz y la sal del mundo.

Un cubo de lodo que sacamos con nuestras manos, una fregona y una palabra de ánimo para alentar a los residentes, pueden hacer que la gente dé gloria y gracias a Dios. Esto me hace estremecer. Llevando a cabo la misión que Dios me ha dado, no dejaré de hacer buenas obras que alumbren la gloria de Dios. Oraré para que todas las víctimas de la inundación se animen y se levanten.