Como Ezequías reina en lugar de Acaz, abre las puertas de la casa de Jehová y las repara. Luego hace venir a los sacerdotes y levitas, y los reúne en la plaza oriental.
“Santificaos ahora, y santificad la casa de Dios, y sacad del santuario la inmundicia.”
Puesto que la ira de Jehová estaba contra Judá y Jerusalén debido a los malos actos de sus padres que abandonaron a Dios y apartaron sus rostros del tabernáculo de Jehová, el rey se apresura a limpiar el templo de Jehová.
“Ahora, pues, yo he determinado hacer pacto con Jehová el Dios de Israel, para que aparte de nosotros el ardor de su ira. Hijos míos, no os engañéis ahora.”
De acuerdo con la orden del rey, comienzan a santificar la casa de Jehová el día primero del mes primero durante dieciséis días. Los levitas y los sacerdotes sacan toda la inmundicia que hallaron en el templo de Dios. Después, el rey Ezequías reúne a los principales de la ciudad, sube a la casa de Jehová, y les ordena ofrecer un holocausto por todo Israel.
“Vosotros os habéis consagrado ahora a Jehová; acercaos, pues, y presentad sacrificios y alabanzas en la casa de Jehová.”
Siguiendo la orden real, la multitud presenta sacrificios a Dios y todos los generosos de corazón traen holocaustos. Los sacerdotes y los levitas se ayudan mutuamente para preparar las ofrendas, y se restablece el servicio de la casa de Jehová.
Lo que más necesitamos para restablecer la relación entre Dios y nosotros, que estamos separados de Él por nuestros pecados, es limpiar la morada de Dios. Para poder estar delante de Dios, los pecadores del cielo primero debemos santificarnos, porque somos el templo de Dios.
Después debemos traer ofrendas a Dios con un corazón voluntario. Las ofrendas más agradables a Dios son las almas que vienen a Sion al escuchar las nuevas de salvación transmitidas por nuestra boca (Ro. 12:1). Ya que ahora hemos sido consagrados recibiendo el perdón de pecados a través de las fiestas solemnes, no seamos negligentes en esta obra.