La familia celestial que se ama

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La familia está relacionada por la sangre, es decir, por el amor. El hogar donde los miembros de la familia viven juntos es un lugar donde los seres humanos aprenden a amar.

Así como el santuario establecido en la tierra en los días de Moisés era solo figura y sombra del santuario celestial (He. 8:5), la familia terrenal también es figura y sombra de la familia celestial. Es por eso que llamamos a Dios nuestro Padre y nuestra Madre, y el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios (ref. Mt. 6:9, Gá. 4:26, Ro. 8:12-16). A través de la familia terrenal, el Padre y la Madre celestiales nos hacen comprender que existe la familia espiritual, y nos permiten la preciosa gracia de ser miembros de la familia celestial.

Como miembros de la familia celestial, considerémonos y amémonos unos a otros, empezando desde el hogar, según la voluntad del Padre y la Madre celestiales en nuestra vida de la fe. Aunque Dios dio la verdad y las enseñanzas de la vida a los seres humanos, todas las palabras no sirven de nada a los que no las ponen en práctica.

Debemos tener amor en nuestro corazón, considerarnos y cuidarnos unos a otros para que Sion esté llena del amor que se esfuerza por salvar almas. Tomémonos un tiempo para pensar por qué Dios nos dio las palabras: “Amaos unos a otros”, como un mandamiento nuevo.

Una familia armoniosa donde el amor da vueltas y vueltas

Hay una historia acerca del amor familiar.

Un hombre que está dando vueltas en su cama, despierto, se levanta y saca del bolsillo de su traje un billete arrugado de diez mil wones (aproximadamente diez dólares). Su esposa pregunta qué dinero es este y él responde que es el dinero reservado para una emergencia. Y se lo da, diciendo:

—Me siento mal de ver tu cutis un poco pálido. Mañana, ve a un bufé de carne y disfruta de toda la carne que quieras.

Al ver a su esposo extendiendo el billete y poniéndolo en su mano, sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Cariño, no me siento cansada en absoluto.

El siguiente día, la esposa que la noche anterior había recibido el billete de diez mil wones de su esposo, no fue a un bufé. La razón era que estaba pensando mucho en su suegro, a quien había visto desanimado hacía un par de días. Finalmente sacó el billete de su delantal y lo puso en la mano de su suegro que estaba yendo a un centro para ancianos.

—Solo son diez mil wones. Lamento nunca haberle dado suficiente dinero. Aunque es poco, comparta algunas bebidas con sus amigos a quienes deba algún favor.

El suegro se sintió muy agradecido con su nuera, pero por otro lado se sintió apenado de verla administrando el presupuesto de la casa con dificultades económicas. El suegro no usó el dinero, sino que solo se jactó de él en el centro de ancianos, diciendo:

—Amigos, hoy mi nuera me ha dado mucho dinero.

Luego guardó bien el billete en su guardarropa.

El día de año nuevo del siguiente año, su nieta se inclinó ante él. La niña que era pequeña ya había crecido e ingresaría a la escuela el siguiente año. Su nieta, que se inclinó balanceando su cuerpo, era la niña de sus ojos. Recibiendo la reverencia de su nieta, le entregó el billete de diez mil wones que había preparado por adelantado como regalo de año nuevo.

—Gracias, abuelo.

La nieta, que empezaría a ir a la escuela el siguiente año, estaba muy emocionada. Llamó a su madre que estaba poniendo la mesa en la cocina.

—Mamá, ¿cuánto cuesta una mochila?

La madre sonrió, sabiendo lo que había en su mente.

—¿Para qué? Cariño, ¿quieres ir a la escuela?

Ella entregó a su madre el billete que había recibido de su abuelo por la reverencia de año nuevo, diciendo:

—Guarde esto por mí. Cómpreme una mochila bonita el próximo año.

En esos días, al parecer el esposo estaba atravesando momentos difíciles en el trabajo. Aunque reprimía sus sentimientos, hasta hablaba en sueños a diferencia de antes. Ya que todos los días el plato que acompañaba el arroz de su fiambrera era solo kimchi agrio, ella se levantó silenciosamente y puso el billete de diez mil wones que su hija le había encargado, en el bolsillo del traje de su esposo, con la nota: “Querido, mañana come fuera y disfruta de una buena comida. Y ánimo”.

El billete de diez mil wones pasó por las manos de todos los miembros de la familia del hogar, y al final regresó al esposo, el dueño original. Pero en realidad, ya no era solo un billete de diez mil wones, porque se le había añadido amor. Ellos compartieron el amor mutua-mente, no porque fueran ricos o porque tuvieran abundancia de bienes, sino porque se cuidaban unos a otros: el esposo cuidaba de su esposa, la esposa de su suegro, el suegro de su nieta, la nieta de su madre y la esposa de su esposo. De esta manera, incrementaron diez mil veces el valor de los diez mil wones, y hasta incontables veces más, y finalmente el hogar se llenó de la fragancia del amor.

Al ver esta historia, podemos comprender hasta cierto grado por qué Dios nos mandó a los miembros de la familia celestial, amarnos unos a otros. Lo más valioso en una familia es el amor. Ese amor también debe estar fluyendo entre los miembros de la familia celestial, y debemos compartir el amor unos con otros en la iglesia y en la casa. Y también debemos cumplir nuestro deber filial como hijos celestiales, amando siempre a Dios y honrándolo.

El mandamiento de amor dado por Dios

Dios nos aprecia y ama desde antes de la creación del mundo, y nos concede amor para siempre. También cuando nos dio el nuevo pacto, nos pidió que nos amáramos unos a otros.

“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.”Jn. 13:34-35

Otra expresión del mandamiento nuevo es el nuevo pacto. Dios nos pidió ansiosamente a los miembros de la familia celestial que nos hemos hecho uno a través del nuevo pacto, amarnos unos a otros. Esta es la voluntad más grande del Padre y la Madre celestiales que guían a la familia celestial.

Ya que la naturaleza de Dios es amor, Él siempre nos da el corazón de amor y quiere que nos amemos unos a otros. Todas las familias de Sion deben grabar en su corazón el nuevo pacto que Dios nos pidió y compartir el amor unos con otros.

Entonces, veamos las enseñanzas dadas por Dios acerca de qué clase de corazón hace brotar el verdadero amor y lleva fruto.

“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve. El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. […] Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.”1 Co. 13:1-13

Dios consideró el amor como el mayor de todos. Nuestra fe debe ser buena, y no debemos perder la esperanza. Pero el mayor de todos es el amor.

Recorriendo el camino de la fe, tengamos también una familia feliz en el amor en esta tierra. Esta es una clase de felicidad totalmente diferente a la felicidad que tenemos por muchas riquezas. Disfrutando de esa felicidad en esta tierra, todos los miembros de nuestra familia deben ir al eterno reino de los cielos que Dios ha preparado para sus hijos amados. Cuando regresemos a nuestro hogar, el eterno reino de los cielos, muchas cosas grandiosas y sorprendentes que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, se desplegarán delante de nosotros (1 Co. 2:9).

A través de la felicidad de la familia terrenal, examinemos a nuestra familia espiritual y demos gracias por el amor y la gracia de Dios, pensando siempre en nuestro Padre y nuestra Madre espirituales que se sacrificaron y sufrieron hasta perdonar todos los pecados e iniquidades de sus hijos espirituales. Seamos fieles a nuestra familia terrenal, y también a nuestra familia espiritual; amémonos y cuidémonos unos a otros, y analicémonos para ver si hay algo que podamos dar a los demás. Debemos prestar más atención a las cosas espirituales en lugar de buscar nuestro propio bien y deseo, pensando: “¿Cómo podemos hacer para que los demás reciban más bendiciones?”.

Amarnos unos a otros es la voluntad de Dios

La naturaleza del Padre y de la Madre es el amor. Si somos hijos del Padre y de la Madre celestiales, debemos amarnos unos a otros. Aunque hemos estado viviendo para nuestro propio bien, olvidando amar y comportándonos egoísta y egocéntricamente al vivir en el mundo pecador, ahora debemos considerar a toda la familia espiritual.

“Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. […] Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. […] Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto? Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.”1 Jn. 4:7-21

“Debemos también nosotros amarnos unos a otros.” Esta es la voluntad de Dios. Ya que Dios es amor, si perdemos el amor en nuestro corazón, no hay lugar para que Dios more en nosotros.

Si pensamos en nuestros Padres espirituales que vinieron a la tierra en forma humana para salvarnos a los que estábamos destinados a morir en nuestros pecados, y caminaron al Gólgota, cargando nuestros pecados en lugar de nosotros, nunca podremos traicionar la gracia y el amor de Dios. Dando gracias al Padre y a la Madre desde lo profundo de nuestro corazón por su amor, retribuyámosles al menos con algo pequeño. Así como el Padre y la Madre hicieron, nosotros también debemos poner nuestro corazón y mente en salvar un alma más.

Los hombres no viven solos, sino juntos, según se dice que son animales sociales. Lo mismo sucede espiritualmente. Aunque una persona tenga buena fe, siempre necesitará la ayuda de Dios, y habrá alguna situación en que necesite ayuda de las personas de su alrededor. Como está escrito: “Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?”, cuidemos siempre a los miembros de nuestra familia espiritual. Y debemos cuidarlos y guiarlos al camino correcto, a fin de que su fe no crezca débil, y que sus pasos, que se dirigían al reino de los cielos, no vayan por el camino equivocado.

Las enseñanzas acerca del amor escritas en 1 Juan y en 1 Corintios, son la verdad de vida que todos debemos poner en práctica. Sin embargo, en muchos casos no practicamos bien el amor a pesar de saber que el mayor de todos es el amor, y nos sentimos demasiado tímidos para expresar el amor que tenemos en nuestro corazón. Aunque a las personas comunes les resulta difícil practicar el amor, los hijos de Dios, que es amor, pueden practicarlo. Es por eso que Dios nos mandó amarnos unos a otros.

Cuando nuestro amor se haga perfecto, podremos participar en la naturaleza de Dios. Animémonos unos a otros y recibamos todos juntos una generosa bienvenida al eterno reino de los cielos con el poder del amor (2 P. 1:4-11).

Las palabras de ánimo que encienden el amor

Hubo una encuesta que preguntaba qué era lo que los niños más querían recibir de sus padres. Según el resultado de la encuesta, la mayoría de ellos no querían juguetes costosos, o comer fuera o ir a parques de diversión; ellos querían cálidas palabras de ánimo de parte de sus padres.

Regalen ánimo a sus hijos. Es igual con sus padres. Su esposo también necesita ánimo y a veces su esposa también necesita ánimo. La historia mencionada anteriormente también contiene ánimo. El esposo animó a la esposa, sintiéndose apenado de no poder permitirle vivir con comodidades. Aunque con diez mil wones no podía comprarle deliciosas comidas hasta que ella se saciara, su cálido corazón animó a su esposa. Ella estaba agradecida por la mentalidad de su esposo y no por el dinero en sí. El ánimo que la esposa recibió, se convirtió en otro gran ánimo para su suegro que estaba deprimido. El suegro también se sintió animado por su nuera y no gastó el dinero inútilmente. Mientras todos los miembros de la familia se animaban unos a otros, se hicieron uno en mente y ganaron fuerzas.

De igual manera, todos los miembros de Sion deben vivir hermo-samente en Dios aunque no vivamos con muchos lujos o no llevemos una vida cómoda ante los ojos de la gente de este mundo. Ahora prestemos atención a nuestra familia y creemos una familia feliz expresando el amor con palabras de consideración y de ánimo a los padres, a los hijos, al esposo, a la esposa, para dar fuerzas tanto física como espiritualmente. Como miembros de la familia celestial que siempre practican el amor de Dios con el prójimo y con los miembros de la iglesia, convirtámonos en mensajeros del amor que den amor a todas las personas del mundo, difundiendo la fragancia de amor a Samaria y hasta lo último de la tierra.