Id, y haced discípulos

20,278 visualizaciones

Dios nos dijo: “Id, y haced discípulos a todas las naciones”. De acuerdo a esta palabra, hemos estado tratando de hacer discípulos, considerando esta misión más importante que cualquier otra obra.

Sin embargo, no todos están calificados para hacer discípulos. Tomémonos un tiempo para reflexionar sobre nosotros mismos y verificar si merecemos ser elegidos como predicadores del evangelio, estudiando a través de la Biblia las condiciones necesarias para hacer discípulos.

『Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.』 Mt. 28:16-20

Todo lo que un maestro posee –su fe, amor y obediencia a Dios–, ha de darlo a sus discípulos. Por eso, los maestros que hacen discípulos deben estar armados con lo que es digno de un predicador, pues los maestros de noble espíritu y firme fe pueden hacer discípulos dignos. De otra forma, les mostraremos un ejemplo que no es bueno y les daremos tan solo ansias pecaminosas.

Por eso, debemos enseñarles a obedecer lo que Dios nos ha mandado. Estamos aprendiendo la cultura y las costumbres espirituales de Dios. Debemos ser más dignos de hacer discípulos, para que podamos ser predicadores del evangelio con los que Dios se complazca.

Por esta razón, averigüemos cuáles son las condiciones necesarias para los predicadores.

Requisitos para ser evangelistas con los que Dios se complazca

En primer lugar, los predicadores deben estar llenos del Espíritu Santo.

『pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.』 Hch. 1:8

La obra del evangelio no se cumple por el plan, el conocimiento y la sabiduría de los hombres, sino por los de Dios, de modo que los predicadores deben actuar según la guía y la conducción del Espíritu Santo. Cuando nos complazca hacer la voluntad de Dios en nuestro corazón, estaremos calificados para el evangelio y seremos dignos de ser predicadores ante los ojos de Dios.

En todas las épocas, Dios ha escogido a los que han obedecido su voluntad con fe en lugar de seguir sus propios pensamientos con terquedad, eligiéndolos como profetas y haciéndolos obreros del evangelio para predicar su palabra. Podemos entender este hecho mediante las historias del Antiguo y el Nuevo Testamentos.

Como predicadores del evangelio, tenemos que estar llenos del Espíritu Santo y obedecer la voluntad de Dios, considerando la importancia de hacer lo que Dios dice. De esta manera podremos obtener buenos frutos con los que Dios se complazca.

En segundo lugar, los predicadores deben haber experimentado la salvación.

『Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida […], sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.』 1 Jn. 5:11-15

Creyendo en el nombre de nuestro Dios, el Salvador de la época del Espíritu Santo, debemos proclamar que tenemos una firme confianza en nuestra salvación, y mostrar las pruebas de nuestra convicción predicando. Si no dependiéremos de nuestros pensamientos y sabiduría, podremos hacer cualquier cosa.

Confiamos en nuestra salvación, porque seguimos al Espíritu y la Esposa. Debemos motivar a nuestros discípulos para que tengan la misma confianza. Cuando conozcamos a Dios y comprendamos que su palabra puede abrir nuestros ojos para que veamos el mundo espiritual, y estemos profundamente impresionados por ello, podremos enseñar estas cosas a los discípulos. Al transmitir a los hermanos los momentos en que nuestra fe ha sido más fuerte, podremos hacer que aun quienes no tienen confianza en su salvación, crean en Dios firmemente y pidan su bendición.

En tercer lugar, los predicadores deben tener el pensamiento: “Si no predicamos, no podremos soportarlo”.

『[…] porque la palabra de Jehová me ha sido para afrenta y escarnio cada día. Y dije: No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude.』 Jer. 20:7-9

Cuando tengamos este pensamiento, seremos dignos de ser predicadores. Si predicáremos el evangelio de mala gana o inducidos a hacerlo, no seremos los predicadores con los que Dios se complazca. Cuando tengamos una firme fe en la salvación de Dios a través de la Biblia, y pensemos que “si no predicamos, no podremos soportarlo”, seremos dignos de hacer discípulos.

La Biblia profetiza que habrá hambres y terremotos en varios lugares, y que se levantará nación contra nación, y reino contra reino, y que habrá señales en el sol, la luna y las estrellas. Estas profecías se están cumpliendo en estos últimos días. Ahora, la manera de salvar a la gente condenada a muerte es predicarles la palabra de vida de Dios. Por eso, debemos predicar el evangelio con un corazón ardiente, con la firme resolución de que debemos entregarlo.

Si predicamos tibiamente, la gente recibirá el evangelio con poco entusiasmo. Al hacer alguna obra de Dios, sea pequeña o grande, debemos hacerla con mucho celo y fervor. Este celo y ansiedad también se requieren para predicar el evangelio. Si hacemos estas cosas, podremos salvar un alma; y cuando prediquemos a los que nos odian por proclamar la verdad de Dios, podremos ser audaces dependiendo absolutamente de la palabra de Dios.

『Mas Pedro y Juan respondieron diciéndoles: Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído.』 Hch. 4:16-20

Los apóstoles predicaron con audacia ante los falsos líderes religiosos de este mundo. Dios nos ha escogido y nos ha hecho ver, oír y sentir lo que es suyo, ya que quiere que prediquemos lo que hemos visto.

En Mt. 28, Dios nos dice que vayamos, pero no a un solo lugar; por ello debemos ir a todo lugar y proclamar lo que hemos visto y oído con un corazón caliente, para que la gloria de Dios se revele y nosotros podamos llevar frutos espirituales obedeciendo la enseñanza de Dios.

En cuarto lugar, los predicadores no deben sentir vergüenza del evangelio, sino apiadarse de los que no pueden recibirlo.

『Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego.』 Ro. 1:16

Los predicadores de Dios no deben avergonzarse del evangelio, sino predicarlo con valor y la fe firme, sintiendo lástima de quienes no lo reciben.

Cuando predicamos el evangelio, puede que la gente que no conoce la verdad, nos calumnie, persiga y se burle de nosotros; pero les guste o no, solo hacemos lo que Dios nos ha ordenado.

El evangelio es tan poderoso, que tiene el poder de llevarnos a la salvación y al eterno reino de los cielos. Por esta razón, tenemos que proclamar el evangelio con orgullo y valentía, confiando en la sabiduría y el poder de Dios, sin sentir vergüenza de predicar en ninguna circunstancia.

En quinto lugar, los predicadores deben estar armados con la palabra de Dios.

『siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre […]; mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.』 1 P. 1:23-25

La obra del evangelio de Dios no depende del número de los hombres. Los que tienen la incorruptible y viva palabra de Dios en sus corazones, son dignos de ser predicadores del evangelio.

Cuando nos llenemos con la palabra de Dios y nos armemos con su inmutable y eterna palabra de vida, podremos ser predicadores que puedan dar a los hombres alimento espiritual a tiempo, y también hacer discípulos con la palabra que tenemos y hacerles obedecer la voluntad de Dios.

Finalmente, los predicadores deben orar seriamente y hacer arder el fuego del Espíritu Santo en sus corazones.

『Y Samuel respondió al pueblo: No temáis […]. Pues Jehová no desamparará a su pueblo, por su grande nombre; porque Jehová ha querido haceros pueblo suyo. Así que, lejos sea de mí que peque yo contra Jehová cesando de rogar por vosotros; antes os instruiré en el camino bueno y recto.』 1 S. 12:20-25

Samuel, elegido como un fiel sacerdote obediente a la voluntad de Dios, no pecó contra Dios cesando de rogar (orar).

Si nuestros corazones no arden dentro de nosotros, no podremos hacer arder el de otros. No debemos esperar que otros enciendan nuestro fuego, sino tener la sabiduría para hacer arder nuestra fe por nosotros mismos. Cuando guardemos nuestra fe en Dios y oremos constantemente, la antorcha de la verdad arderá y nosotros estaremos capacitados para hacer discípulos a todas las naciones.

Los evangelistas son médicos espirituales que curan almas con amor

Sin embargo, hay algo importante que no debemos olvidar: el propósito de la venida de Dios a esta tierra es salvar a los pecadores, y no a los justos. Por eso, Jesús se compara a sí mismo con un médico en la Biblia.

『Al oir esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento.』 Mt. 9:12-13

Sufrimos de una enfermedad mortal causada por el grave pecado cometido en el cielo. Para curarnos de esta enfermedad, Cristo vino a esta tierra, con las medicinas del amor, el sacrificio y la devoción. Por amor a nosotros, se sacrificó como una ofrenda de expiación en lugar de nosotros, para curarnos.

Si nos damos cuenta de este gran amor de Cristo, debemos acercarnos a las almas que tienen una enfermedad mortal, y salvarlas con las medicinas de Cristo: amor, sacrificio y devoción.

Para entender mejor esto, déjenme darles un ejemplo. Esta es la historia de Heo Joon, un famoso médico de la época de la dinastía Choson. Este médico se hizo famoso cuando comprendió que la medicina era un arte benévolo.

Esto fue lo que pasó cuando Heo Joon era médico en su aldea. Un día, una mujer corrió hacia él sin aliento y le pidió que preparara alguna medicina para su madre que estaba a punto de morir. Pero esto le resultaba difícil, pues desconocía el nombre de la enfermedad y, como médico responsable de la vida del paciente, no debía preparar una medicina de manera incorrecta.

En ese momento, y súbitamente, se oyó una voz: “Tres medidas de Kwakhyangjungkisan”. Sorprendido, volteó y vio a un anciano andrajoso, el cual repitió: “Tres medidas de Kwakhyangjungkisan”. Siguiendo las instrucciones del anciano, Heo Joon preparó tres medidas de Kwakhyang-jungkisan. La paciente tomó la medicina y pudo salvar su vida.

Luego, una mujer lo visitó para pedirle que preparara un remedio para su nuera que estaba muriendo de dolor de estómago. Ella le suplicó que urgentemente elaborara una medicina. Entonces Heo Joon oyó la voz del anciano: “Tres medidas de Kwakhyangjungkisan”. Pensando que aquel anciano era extraordinario, Heo Joon preparó tres medidas de Kwakhyang-jungkisan. para ella. La paciente que tomó la medicina también se curó y le expresó su agradecimiento.

Y varios días después, otro paciente con una enfermedad distinta visitó a Heo Joon, diciendo que su vida estaba en riesgo. El anciano apareció sin falta y dijo lo mismo: “Tres medidas de Kwakhyangjungkisan”. Heo Joon preparó lo que el anciano dijo. Los que habían experimentado las maravillas de la medicina fueron a Heo Joon y le rindieron sus respetos.

Heo Joon quedó asombrado:

“¿Por qué los pacientes se curaron de distintas enfermedades con la misma medicina?”

Entonces visitó al anciano para preguntarle la razón. El anciano le respondió:

“¿Piensas que es la medicina la que cura al paciente de su enfermedad? Si piensas así, te falta prudencia. Un hombre prudente cura a su paciente con la energía del amor. Sé que eres sincero en la práctica de la medicina, por eso te digo esto”.

Heo Joon comprendió entonces: “La energía que un médico emite, proporciona inspiración al paciente, dándole fe en la cura de su enfermedad. El que cuida bien al paciente, prepara una medicina con dedicación y se la administra a tiempo, y así el paciente puede curarse de su enfermedad”.

La lección que el anciano le dio, abrió sus ojos para la práctica de la medicina, convirtiéndolo en un famoso médico en el mundo del arte de la medicina benevolente.

Esta historia de Heo Joon nos da una importante lección: así como él no encontró en un primer momento la energía invisible detrás de una medicina que lo limitaba, del mismo modo puede que nosotros no hayamos comprendido la poderosa energía del amor de Dios en la predicación del evangelio.

Dios es amor y devoción

Dios es amor (1 Jn. 4:8). El cumplimiento de la ley es el amor (Ro. 13:10). Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros (Jn. 13:34). Durante miles de años, Dios se ha sacrificado y dedicado con gran amor por nosotros; él ha curado a los hombres (los pacientes) de su mortal enfermedad espiritual, y los ha salvado.

Hemos recibido el poder y la misión de curar a los hombres de su enfermedad, siguiendo a nuestro Dios, el médico de nuestros espíritus. Cuando un médico siente real amor y devoción por un paciente y cura su enfermedad, el paciente cobra fe en ese médico, y su enfermedad puede curarse. Este amor y esta devoción se requieren en la predicación del evangelio. Es por ello que el amor puede definirse como sacrificio y devoción.

Todas las leyes de Dios se dan mediante su gran amor, sacrificio y devoción por nosotros; este es un arte médico que puede ser practicado por el médico más benévolo. Cada uno tiene su propio don de Dios para la predicación del evangelio. Nosotros somos amados por Dios. Ya que tenemos diversos dones del Espíritu Santo, debemos proclamar el gran poder del agua de la vida que sale del templo de Jerusalén.

『Me hizo volver luego a la entrada de la casa; y he aquí aguas que salían de debajo del umbral de la casa hacia el oriente; porque la fachada de la casa estaba al oriente; y las aguas descendían de debajo, hacia el lado derecho de la casa, al sur del altar. Y me sacó por el camino de la puerta del norte, y me hizo dar la vuelta por el camino exterior, fuera de la puerta, al camino de la que mira al oriente; y vi que las aguas salían del lado derecho. Y salió el varón hacia el oriente, llevando un cordel en su mano; y midió mil codos, y me hizo pasar por las aguas hasta los tobillos. Midió otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta las rodillas. Midió luego otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta los lomos. Midió otros mil, y era ya un río que yo no podía pasar, porque las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado. […] y entradas en el mar, recibirán sanidad las aguas. Y toda alma viviente que nadare por dondequiera que entraren estos dos ríos, vivirá; y habrá muchísimos peces por haber entrado allá esta agua, y recibirán sanidad; y vivirá todo lo que entrare en este río.』 Ez. 47:1-12

Si el agua permanece solo en el templo, no se podrá mostrar su verdadero valor. Si el agua sale y se convierte en mil codos y otros mil más y empapa a todos los hombres, podrá revivir a los espíritus. Como profetas y predicadores del evangelio calificados, vayamos hasta los fines de la tierra para hacer discípulos a todas las naciones, enseñándoles que guarden lo que Dios nos ha mandado.