Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento.
—Es para que las obras de Dios se manifiesten en él.
Dicho esto, escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego, y le dijo:
—Ve a lavarte en el estanque de Siloé.
Siguiendo la palabra de Jesús, el ciego fue y se lavó, y regresó viendo. Asombrados los vecinos y los que antes le habían visto que era ciego, que se sentaba y mendigaba, le preguntaron cómo le habían sido abiertos los ojos.
—Aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos, y me dijo: Ve al Siloé, y lávate; y fui, y me lavé, y recibí la vista.
Los fariseos y los judíos no creían en la palabra del ciego, hasta que llamaron a sus padres y los interrogaron severamente. No podían creer que el hombre que condenaban como un pecador y del cual se burlaban, hubiera hecho algo milagroso. El ciego pensó que su reacción era extraña.
—Ya os lo he dicho, y no habéis querido oír. Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo. Desde el principio no se ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego. Si éste no viniera de Dios, nada podría hacer.
Los fariseos se enfurecieron ante sus palabras, y lo echaron. Cuando se encontró con Jesús, el ciego dijo que creía en Él y le adoró.
El ciego sabía que el milagro que le había sucedido, era obra de Dios. Así que no tenía ninguna duda de que Jesús, quien hizo que sus ojos fueran abiertos, era el que venía de Dios. Para él, los que condenaron a Jesús como un pecador y no creían en las cosas que sucedieron delante de sus ojos, parecían extraños. Dio testimonio de la obra de Jesús y de su naturaleza divina hasta el final, por una cosa que sabía: había nacido ciego, pero ahora veía.
Vivíamos en la oscuridad como ciegos espirituales, pero ahora vemos la verdad y esperamos el reino de los cielos debido a que hemos encontrado a Dios Elohim. El hecho de que ahora veamos —vemos el camino de la salvación y tenemos esperanza en el mundo angelical— demuestra que el Padre y la Madre son nuestros Salvadores.
Prediquemos a los Salvadores de la época del Espíritu Santo con la fe firme. “Señor, yo creo.” La confesión del ciego debe ser la nuestra hacia Dios Elohim en esta época.