La casa de papá

Madrid, España

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Desde pequeña he visto a mi padre trabajar para construir una casa para la familia. Siempre ahorraba su sueldo y compraba materiales para construirla. La casa siempre estaba rodeada de ladrillos, cemento, hierro y palas; parecía que la construcción nunca acabaría. Recuerdo una tarde de verano ver a mi padre cavando zanjas y el sudor que salía de su frente; había mucho polvo en su rostro y aunque era muy pequeña no entendía por qué se esforzaba tanto en terminar la casa.

Cuando me convertí en adulta, la casa que mi padre había construido durante años finalmente se completó; gozábamos de una casa de dos pisos. A decir verdad, era la más bonita de todo el vecindario. Tenía un jardín muy bien cuidado por mi madre, por fuera las paredes tenían un color estupendo y los acabados eran muy preciosos, y por dentro daba calidez a cualquier invitado. Cada detalle de la construcción tenía el amor de mi padre. Muchos años de esfuerzo estaban puestos en cada ladrillo.

Al caminar hacia ella se podía ver que el esfuerzo de papá había valido la pena. Imagino que su corazón debe de haber estado muy orgulloso.

Cuando me casé, fui a vivir a otro país, y animé a mis padres y a mi hermana para que fueran a vivir conmigo. Los primeros años se establecieron en el extranjero y llegó el momento de vender la casa de dos pisos. Fuimos para dejarla vacía y venderla. Miré detenidamente las habitaciones, el salón, las marcas en las paredes de los juegos con mi hermana, la ventana de mi habitación que llevaba mi nombre, las marcas de cuadros de fotografías retirados… Me puse nostálgica y eché a llorar.

Mi papá nunca se compró cosas para él. Durante muchos años su anhelo era acabar la casa para sus hijas y su esposa. Sin escatimar cuánto le costaría, cuánto tardaría o de qué cosas tenía que privarse, siguió adelante. Pude comprender su amor para hacer que su familia tuviera un lugar donde pudiera reposar, vivir y ser feliz.

La mayoría de las personas en esta época compran casas ya hechas y hacen algunos arreglos. Pero la mía era muy especial. Es porque mi papá había puesto su amor, su paciencia y su dedicación. ¿Cuántas personas han vivido en una casa especial construida por su padre?

Nunca le expresé ninguna frase de amor ni le agradecí por todo el esfuerzo que había hecho. Ahora que lo veo mayor me percaté de sus manos endurecidas y encallecidas, y me sentí muy avergonzada por no ser agradecida por todo lo que hizo por nosotros.

Aunque la casa era un gran tesoro para él, no dudó en dejarla y venir al extranjero. Comprendí el corazón de mi padre; si no tiene a todos los miembros de la familia reunidos, sin importar cuán hermosa sea la casa, lo más importante es que todos estemos juntos.

Mi papá se convierte en nuestro hogar donde sea que estemos. Estoy feliz porque tengo una casa llamada papá. Gracias, papá, por todo lo que hizo por nosotros.