El día anterior a mi graduación universitaria, comencé a averiguar la información que necesitaba para la graduación, como dónde se llevaría a cabo la ceremonia y hasta qué hora tenía que estar allí. Justo a tiempo, mamá me preguntó sobre el birrete de graduación. El birrete de graduación no era algo que pudiera obtener de forma sencilla con tan solo asistir a la graduación.
“Cuando me gradué, la oficina de la facultad prestó birretes de graduación”, exclamó mi madre.
Cuando busqué en la página oficial de la universidad, confirmé que mamá tenía razón. Me habría aturdido si ella no me hubiera dado un consejo al respecto.
El día de la graduación, me tomé fotos con mis amigos con el birrete de graduación que obtuve de la oficina de la facultad. De repente, mi madre apareció ante mis ojos, tomándome fotografías. Me quité el birrete de graduación y la toga, y se los puse a ella. Al verla muy bien vestida, me pregunté acerca de sus días de universidad. Cuando volví a casa, vi los álbumes y encontré las fotografías de su graduación universitaria. Casi me pongo a llorar, comparándola con sus fotos de graduación y las tomadas en la actualidad.
Mamá siempre fue mamá para mí. Desde el momento en que nací, ella solo era mamá. Así que ni siquiera imaginé los días en que mi mamá no era mamá. Mi mamá también tuvo sus años de estudiante universitaria y la época en que estaba en la flor de la juventud. Le pregunté a mamá si deseaba volver a esos días, mostrando las fotografías de sus años mozos, pero ella contestó que no. Le pregunté sobre los días a los que desearía volver, y contestó que no quería regresar a ningún otro día.
Mamá dijo que fue más feliz cuando fue mamá. Solía lastimarla y hacerle llorar cuando estaba en la pubertad. A pesar de eso, mamá dijo que estaba muy feliz de ser mamá. Me sentí agradecida y también avergonzada ante ella. Ahora es momento de decirle:
“Mamá, también estoy feliz de ser su hija.”