La fe de una madre

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El 17 de septiembre de 1960, muchas personas que estaban viendo los Juegos Olímpicos de Roma prestaron atención a una atleta estadounidense. Ella ganó una medalla de oro en la carrera de 100 metros por ejecutarla en 11 segundos, lo cual era equivalente al récord mundial. También añadió dos medallas de oro en la carrera de 200 metros y en la carrera de relevos de 400 metros. Su nombre era Wilma Rudolph, la triple medallista.

Lo que hizo de ella un gran tema de conversación, no fueron sus tres medallas de oro, sino el hecho de que había sufrido de parálisis infantil severa, lo cual le impidió caminar cuando era pequeña. Ella explicó el secreto de su éxito de la siguiente manera:

“Todo es gracias a mi madre. Ella siempre me hizo creer que todo es posible si realmente lo deseo.”

Su madre viajaba 80 km para el tratamiento de Wilma dos veces por semana durante dos años. Cada vez que su hija caminaba un poco (algunos centímetros), la elogiaba y masajeaba sus pies toda la noche. Como resultado, Wilma pudo caminar a la escuela aunque lo hacía cojeando. Incluso llegó a tener un sueño de ser atleta.

Aunque siempre era la más lenta en la competición de atletismo, continuó intentándolo sin desalentarse ni renunciar y llegó a ser una atleta de fama mundial gracias a su madre que siempre estuvo a su lado y confió en ella.