Mamá nunca cede con el poder del amor por sus hijos

Lee Su-ja, desde Gumi, Corea

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Mi teléfono sonó mientras lavaba los platos.

Era mamá.

Podía adivinar por qué me estaba llamando. Debe de haberme llamado para darme algunas guarniciones. Pensando: “Debí haberla llamado primero”, me lamenté.

Tengo cuatro hermanas mayores y un hermano menor. Aunque tengo más de cuarenta años, a los ojos de mamá todavía soy una niña que le causa ansiedad. El hijo menor es mi hermano, pero tal vez porque es un hijo confiable, mamá me trata como la menor. Respondí el teléfono como una niña: “Mami”. Adiviné. Mamá me pidió que fuera y llevase un poco de fruta y carne porque le quedaban muchos alimentos después de la visita de mi tía y mis tíos el día anterior por un evento familiar.

A la tarde siguiente, me dirigí a la casa de mi madre que no había visitado en mucho tiempo. Al entrar, vi humo saliendo del patio posterior. Seguí el humo y vi caldo de hueso de res hirviendo en el fuego. Entré para buscar a mamá que no respondió a mi llamado. Mamá me recibió en la cocina.

Mi madre estaba preparando dotori-muk (gelatina de bellota) con bellotas que había recogido el otoño pasado. Para prepararla, tuvo que poner bellotas en agua hasta eliminar el sabor amargo y secarlas para molerlas. Y debió disolver el polvo en agua y hervirlo. Mientras tanto, tuvo que seguir revolviendo con una espátula de madera para evitar que se quemara y quedara pegada en el fondo de la olla. Debe de haber sido difícil para ella estar de pie durante tanto tiempo mientras removía; se sentó en el fregadero con una silla como taburete. Antes, yo solo llevaba la gelatina cocida y la disfrutaba. Sin embargo, esta vez, pude ver el proceso de preparación y me di cuenta de lo difícil que era.

Como siempre lo preparaba para mí, mis patatas y maíz al vapor favoritos estaban sobre la mesa. A su lado, había aceite de sésamo fresco, verduras preparadas para cocinar, suficiente kimchi para comer hasta la próxima temporada de preparación de kimchi y algas marinas cortadas en buen tamaño para comer después de tostarlas con aceite de perilla. Además, había varias guarniciones. Asimismo, mamá preparó seis paquetes de todo tipo de frutas, incluyendo caquis frescos y dulces que había recolectado en el campo en pendiente al que iba en bicicleta.

Mi madre hizo todo eso con el estómago vacío, porque había reservado una colonoscopia en el hospital ese día. Empacó mucho para su hija como si no tuviera idea de cuándo volvería a visitarla. Durante mucho tiempo, ha vivido para dar a sus hijos. Cada vez que veo a mi mamá haciendo todo por sus hijos sin cuidarse a sí misma, como si estuviera acostumbrada a vivir así, se me parte el corazón.

Cuando su hija mayor, que cría pollos, le trae huevos, se los da a su hijo menor, diciendo: “A él le gustan los huevos”. Cuando la cuarta hija le compra una caja de manzanas deliciosas, se la entrega a la segunda hija, diciendo: “A ella le gustan las manzanas”. Cuando la tercera hija le prepara pastel de arroz, se lo da a la cuarta, diciendo: “A ella le gusta el pastel de arroz”.

Al conocer esto, mi tercera hermana mayor se molestó y se quejó: “No voy a traerle nada a mamá a partir de ahora”. Entonces mamá dijo: “Estoy más feliz cuando mis hijos comen cosas buenas que cuando yo lo hago. No puedo evitarlo”. Aunque todos incluso amenazamos a mamá al unísono con no llevar lo que nos da, finalmente nos persuadió el poder de su amor por nosotros.

A veces, nos sentimos mal incluso al mirar a mi madre, que adelgaza doblando hacia adelante la cintura a medida que envejece, pensando: “Soy la culpable de que mamá cambiara así”. Sin saber qué hacer debido al sentimiento de culpa, sigo disfrutando de la abundancia en mi corazón, gracias al amor concentrado en el trabajo y el sacrificio de mamá.