En la última cena de la Pascua, surgió una disputa entre los discípulos, causada por la pregunta: “¿Quién es el mayor entre nosotros?”. Jesús, con un corazón adolorido, observó a los discípulos, que no sabían acerca de su sufrimiento que pronto tendría lugar.
—Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos.
—Señor, dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte
—respondió él.
—Pedro, te digo que el gallo no cantará hoy antes que tú niegues tres veces que me conoces —respondió Jesús.
Después de la cena, Jesús salió al monte de los Olivos, y los discípulos lo siguieron.
—Orad que no entréis en tentación.
Después de decir estas palabras, Jesús se apartó de ellos y oró. ¡Cuán ansioso estaba que hasta su sudor era como grandes gotas de sangre que caen a la tierra! Cuando regresó con sus discípulos, los halló durmiendo. Los despertó y les dijo:
—¿Por qué dormís? Levantaos, y orad para que no entréis en tentación.
Jesús sabía el sufrimiento que enfrentaría pronto. Era tan extremadamente doloroso que quería evitarlo, pero se negó a ser liberado porque tenía que sufrir esa situación para salvar a sus hijos. Sin embargo, no podía simplemente librarse de las preocupaciones sobre sus discípulos que eran débiles en la fe. Jesús oró ansiosamente por Pedro —quien presumió de su fe diciendo que seguiría a Jesús hasta la muerte— porque sabía que su fe se vería sacudida en el momento en que lo viera siendo cruelmente torturado. La razón por la que Pedro pudo volver a predicar el evangelio después de negar a Jesús tres veces, fue que Jesús lo amaba y oró por él.
La oración de Dios para que sus hijos no caigan en tentación continúa hasta hoy. La ansiosa oración de Dios nos permite superar todas las tentaciones y sufrimientos con fe.