En la fiesta de la dedicación, una fiesta judía, Jesús andaba en el templo de Jerusalén por el pórtico. Y le rodearon los judíos y le dijeron:
—¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente.
—Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen. Yo y el Padre uno somos.
Entonces los judíos volvieron a tomar piedras para apedrearle.
—Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis?
—Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios.
—Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre —respondió Jesús.
Los judíos no reconocieron la divinidad de Jesús. Ellos creían que si Él era Dios, debería estar sentado en el trono de los cielos en forma gloriosa. Es por eso que nunca comprendieron a Dios que apareció como un hombre según la profecía de la Biblia. Fue su error de limitar a Dios a sus propias ideas.
La gente puede oír la voz del verdadero Pastor solo si creen en Dios de quien la Biblia da testimonio, no en un Dios creado por sus propios pensamientos y prejuicios.
“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen,” Juan 10:27