Dios nos enseñó que “estemos siempre gozosos” y que “demos gracias en todo”. La razón por la que debemos estar siempre gozosos y dar gracias en todo a pesar de la realidad de que la sociedad se vuelve sombría con el cambio y el desarrollo del tiempo, es que recibimos el amor infinito de Dios, que no abandona a los pecadores, sino que limpia nuestros pecados y transgresiones para renovarnos.
Algunos no están ni gozosos ni agradecidos en la vida de la fe, mientras otros se complacen enormemente incluso con las cosas pequeñas y dan gracias por todo. Este es el resultado de una diferencia en el entendimiento. A los que no comprenden el amor de Dios les resulta difícil dar gracias en todas las circunstancias. Por otro lado, es muy natural y fácil para los que comprenden el amor de Dios, estar siempre gozosos y dar gracias en todo.
¿Cuántas personas ha enviado Dios para guiarnos al reino de los cielos? En realidad, todas las personas que hemos encontrado en nuestra vida son mensajeros enviados por Dios para asumir el rol de probarnos o ayudarnos. Nosotros simplemente no nos dimos cuenta de esto.
Recibimos la verdad de la salvación y llegamos a amar a Dios al comprender su amor progresivamente en la vida de la fe por medio de su palabra. Ahora pensamos en Dios con más frecuencia que antes y agradecemos su gracia. Aunque pensamos en Dios en algunos momentos de las 24 horas del día, Dios no nos olvida ni un instante y nos protege con su infinita preocupación y amor.
Cuando visité una iglesia de los Estados Unidos, leí un poema titulado “Huellas”, que estaba colgado en la pared. La historia del poema es la siguiente.
Una noche un hombre tuvo un sueño. Él soñó que caminaba en la playa con el Señor. En el cielo pasaban escenas de su vida. En cada escena notaba dos pares de huellas en la arena. Un par le pertenecía a él y el otro al Señor. Cuando la última escena de su vida pasó delante de él, miró atrás para ver las huellas en la arena. Se dio cuenta de que muchas veces a lo largo del camino de su vida, solo había un par de huellas. También se dio cuenta de que esto sucedía en los momentos más difíciles y tristes de su vida.
Esto realmente le molestó y preguntó al Señor la razón. “Señor, Usted dijo que una vez que me decidiera a seguirlo, caminaría conmigo hasta el final. Pero he notado que durante los momentos más críticos de mi vida solo hay un par de huellas. No entiendo por qué me dejó cuando más lo necesitaba.”
El Señor respondió: “¡Mi preciosísimo hijo, Yo te amo y nunca te habría dejado! Durante tus momentos de prueba y sufrimiento, cuando solo veías un par de huellas, era porque entonces Yo te cargaba”.
Por medio de este poema, podemos comprender que el amor de Dios no puede compararse con nada, aunque digamos que amamos a Dios. Este es el amor de Dios que no se mide con el pensamiento del hombre. Así, debemos pedir y esforzarnos por comprender la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del amor de Dios (Ef. 3:18-19).
El amor humano es egoísta por naturaleza; las personas aman su propio beneficio. Pero por otro lado, el amor de Dios es perfecto y no busca nada.
“Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; […] porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos. Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.” Ro. 5:3-11
Dios demostró su amor siendo azotado, traspasado, desangrado y finalmente muriendo en la cruz en lugar de nosotros, los prisioneros espirituales condenados a muerte. Por esta razón, la Biblia define que Dios es amor.
Así como la vida humana es limitada, el amor humano no puede ser eterno. Los amantes y las parejas casadas a veces se separan, y el amor de los padres y los hijos que tenían una buena relación se enfría según las circunstancias. La razón por la que el amor humano no puede ser eterno es que las personas se aman solo en condiciones limitadas; así, no pueden dar amor incondicional.
Sin embargo, el amor de Dios no tiene condiciones. Dios nos escogió sin ninguna distinción: ricos o pobres, libres o esclavos. Él también nos guía al camino al cielo, estando siempre con nosotros en los momentos de pruebas y tentaciones y también peleando contra esto por nosotros, hasta que regresemos al eterno reino de los cielos.
“Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.” 1 Jn. 4:7-11
Estamos recibiendo el noble amor de Dios demostrado por medio de su muerte. Si hemos comprendido su gracia, debemos aprender el amor de Dios y ponerlo en práctica. Así como Dios nos ama, nosotros también debemos amarnos unos a otros y esforzarnos por guiar las almas de nuestro alrededor al amor de Dios.
La gente suele decir que su amor será eterno; pero nadie puede estar con nosotros hasta el fin del mundo. Ni los hijos más dedicados a sus padres, ni los padres que aman excepcionalmente a sus hijos, pueden dar un amor inmutable ni estar con ellos hasta el final.
Solo Dios nos ama eternamente; Él nos prometió estar con nosotros hasta el último día.
“Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” Mt. 28:18-20
Dios nos da un amor inmutable que no es comparable con el amor humano, y también nos prometió el reino de los cielos. Es por eso que no hay razón para no estar gozosos y agradecidos.
“Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.” 1 Ts. 5:16-18
Es gracias al inmutable amor del Padre y la Madre celestiales por nosotros, que sentimos felicidad en la vida de la fe. Como las personas de este mundo no tienen esperanza, se entristecen cuando envejecen o se enferman. Para los que no conocen a Dios ni han recibido la promesa del reino de los cielos, envejecer significa caminar a la destrucción eterna; es por eso que se sienten desesperados y tristes. También resultan fácilmente heridos por las personas de su alrededor y murmuran.
Sin embargo, para los que tienen la promesa del reino de los cielos, avanzar en edad significa que el momento de regresar al reino de los cielos se acerca, por eso es algo feliz y gozoso. Hemos recibido la verdad y encontramos al Padre y a la Madre celestiales. Además, el Padre y la Madre nos prometieron el eterno reino de los cielos. Creer en el Padre y la Madre nos ofrece este gran gozo y felicidad.
El mundo no está interesado en nosotros, pero Dios nos presta gran atención y nos da amor infinito; el mundo nos trata con desprecio y nos persigue, pero nuestro Padre y nuestra Madre nos consideran como los seres más honorables del mundo y nos exaltan. Es por eso que siempre damos gracias y gloria a Dios.
Ya que carecemos de fe, a veces malinterpretamos el interminable amor de Dios. Sin embargo, en ningún caso debemos olvidar que Dios lucha contra todas nuestras dificultades y peligros, llevándonos en su espalda, y que siempre camina con nosotros. Sin comprender el amor de Dios, llegamos a murmurar y a quejarnos; cuando lo comprendamos, estaremos gozosos y agradecidos.
“Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía. Tened también vosotros paciencia, y afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca. Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados; he aquí, el juez está delante de la puerta. Hermanos míos, tomad como ejemplo de aflicción y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor.” Stg. 5:7-10
No debemos olvidar la gracia de Dios que nos protege de muchos desastres, desgracias y tribulaciones. Si la olvidamos, nuestro corazón se llena de quejas; llegamos a quejarnos hasta por una cosa pequeña y finalmente seremos juzgados. Ya que la Biblia dice que los que se quejan serán juzgados, debemos tener en mente que quejarse no es un pecado pequeño.
Tenemos el eterno reino de los cielos adonde regresaremos. Pensando en Dios que abandonó su vida para nuestra salvación, ten-gamos una fe firme y una gran esperanza en el reino de los cielos.
“Pero de los más de ellos no se agradó Dios; por lo cual quedaron postrados en el desierto. Mas estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no codiciemos cosas malas, como ellos codiciaron. Ni seáis idólatras, como algunos de ellos […]. Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor. Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos. Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga.” 1 Co. 10:5-12
En cada época, los que no tuvieron entendimiento se quejaron contra Dios como los israelitas en el pasado. La actitud ambivalente de querer ir al reino de los cielos mientras tienen la mente en las cosas terrenales, genera quejas. Dios nos dijo que pusiéramos nuestro corazón en las cosas de arriba, pensando en el reino celestial, y que demos gracias en todo; pero los que no son obedientes se aferran a las cosas mundanas y se quejan contra Dios incluso por asuntos triviales.
Tememos a Dios y permanecemos en la fe no porque queramos recibir las momentáneas bendiciones terrenales, sino porque queremos entrar en el eterno reino de los cielos. La Biblia nos aconseja que sigamos el deseo del Espíritu Santo, teniendo la vista espiritual. Solo entonces podremos ver el amor de Dios y el reino de los cielos y sentir la verdadera felicidad.
Como hijos de Dios que reciben amor, también debemos practicar el amor. Empezando en casa, no solo deseemos recibir de los demás, sino pensemos en qué podemos hacer por el otro: las esposas por los esposos y los esposos por las esposas. Los hijos deben preocuparse por sus padres y tratar de complacerlos, y viceversa. Sirvámonos unos a otros. No buscar su propio bien sino el bien de los demás es el corazón de Dios.
Si Dios se hubiera preocupado por sí mismo, no habría tenido razón para venir a esta tierra. Pareciéndonos a Dios que se preocupó por nosotros y vino a esta tierra, las esposas deben pensar en sus esposos, los esposos en sus esposas, los hijos en sus padres, los padres en sus hijos y considerarse con amor unos a otros. Cuando aprendamos y practiquemos el amor de Dios, no tendremos nada de qué quejarnos en este mundo; y llegaremos a comprender que todos los sufrimientos y dificultades enfrentados son necesarios e inevitables en nuestro camino al reino de los cielos.
“soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros. Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, […] y sed agradecidos. La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales. Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.” Col. 3:13-17
Cuando llegamos a saber esto, todas las cosas que nos suceden son algo para agradecer. No nos quejemos sino demos gracias en todo. Debemos agradecer a Dios por permitirnos permanecer en Él, por permitirnos ir al reino de los cielos, por ser nuestro Padre y nuestra Madre, por conectarnos como hermanos, y por conservar y entregarnos la preciosa verdad del nuevo pacto.
“Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias.” Col. 2:6-7
Hace un tiempo escuché la historia de la familia de un miembro del personal pastoral y quedé verdaderamente conmovido. Sus padres ancianos se negaban a ir a la iglesia cuando no conocían la verdad, pero después de comprender la verdad, tienen una buena fe, diciendo que no saben por qué habían rechazado a su hijo antes. Como son de edad avanzada, podrían desear recibir cuidado y preocupación de su hijo, pero por el contrario dicen: “Has empezado en este ministerio, por eso no te preocupes por nosotros sino concéntrate más en la obra de Dios”. Ellos recibieron la verdad tarde, pero realmente tienen un profundo entendimiento.
Sin comprender el amor del Padre y la Madre, no podemos tener la fe perfecta. Ya que Dios es amor, ¿cómo podemos decir que conocemos a Dios sin comprender su amor? Los veinticuatro ancianos echan sus coronas delante del trono de Dios y le dan toda la gloria en el libro de Apocalipsis; esta es la razón por la que ellos comprenden el profundo amor de Dios por sus hijos (ref. Ap. 4:9-11).
La tierra es la ciudad de refugio, una prisión espiritual para los que pecaron en el cielo y fueron expulsados. Nadie disfruta la vida en prisión. En esta tierra, todos tienen que llevar su propia carga mientras vivan. Después de terminar su vida en esta tierra, serán juzgados y castigados eternamente. Sin embargo, tenemos el reino de los cielos, la vida eterna y la salvación, la recompensa según lo que hemos hecho y el título de real sacerdocio, y el amor interminable de Dios que siempre está con nosotros. Esta es la razón por la que debemos dar gracias en todo.
“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante. Pero fornicación y toda inmundicia, o avaricia, ni aun se nombre entre vosotros, como conviene a santos; ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias.” Ef. 5:1-4
Siguiendo las enseñanzas de la Biblia, demos gracias y gloria a Dios. Entonces Dios hará que nos sucedan más cosas por las que estar agradecidos.
Cuando practiquemos dar gracias a Dios en nuestra casa y en la iglesia, podremos cumplir rápidamente la misión mundial. Seamos hijos de Dios que alumbren la luz con palabras de gratitud en este mundo lleno de murmuraciones y quejas, y prediquemos el evangelio del reino de los cielos anunciando el amor del Padre y la Madre.
Somos la familia celestial. Dios es nuestro Padre y nuestra Madre espirituales. Dios nos ama hasta el final y nos protege como a la niña de sus ojos. No olvidemos el amor de Dios ni un instante, y entremos en el eterno cielo creyendo firmemente y confiando en el amor.