Este año marca el 100.º aniversario de la venida del Padre Ahnsahnghong a esta tierra. El número 100 simboliza la perfección. Solo hay un número de diferencia entre el 99 % y el 100 %, pero marca una gran diferencia entre ambos: el primero es imperfecto, y el segundo es perfecto.
Para tener una fe perfecta al 100 %, debemos aprender la obediencia. Aquí, la obediencia se refiere al cumplimiento de la palabra de Dios. La mayoría de las personas de hoy en día consideran que es más virtuoso ser asertivo e insistente que ser cortés y obediente. Sin embargo, siempre debemos obedecer las palabras de Dios, aunque no podamos obedecer las palabras de los demás. Sin fe es imposible obedecer a Dios. Cuando tengamos la obediencia y la fe, podremos entrar en el eterno reino de los cielos como hijos de Dios.
Al recorrer el camino de la fe, debemos orar mucho, estudiar diligentemente las palabras de Dios, y predicar con fuerza. Esto siempre requiere obediencia. ¿Cuándo cumplirá Dios la obra de la salvación? Cuando nuestra obediencia sea perfecta.
“porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo, y estando prontos para castigar toda desobediencia, cuando vuestra obediencia sea perfecta.” 2 Co. 10:4-6
Dios está pronto para castigar toda desobediencia, cuando nuestra obediencia sea perfecta. Este es el día en que los malvados serán juzgados y los justos serán salvos y entraremos en el eterno reino de los cielos. Sin obediencia, nadie puede alcanzar la vida ni entrar en el cielo, así como la Biblia dice.
“No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir. […] Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.” Ro. 5:14-19
El pecado de Adán fue el resultado de su desobediencia. Él desobedeció el mandamiento de Dios: “De todo árbol del huerto podrás comer; más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás”, y cometió el pecado de comer del árbol de la ciencia del bien y del mal.
Así como por la desobediencia de un hombre, Adán, los muchos son constituidos pecadores y llegan a morir, así también por la obediencia de uno, Jesús, los muchos son constituidos justos y llegan a vivir. Debemos ser uno con Cristo y recibir el espíritu de Cristo. Averigüemos qué tipo de espíritu de fe nos mostró Jesús como ejemplo.
“Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec.” He. 5:8-10
En nuestra vida de la fe, debemos aprender muchas cosas de Cristo. Sobre todo, debemos aprender a obedecer las palabras de Dios. Eliminando el espíritu de desobediencia, que hemos heredado de Adán en el pasado, debemos aprender el camino de la obediencia que Cristo recorrió, de modo que seamos perfectos.
La obra del evangelio se consumará cuando entendamos correctamente lo que le agrada a Dios y lo pongamos en práctica, desechando nuestros propios pensamientos y conocimientos. La Biblia dice que Dios juzgará a los malvados, cuando nuestra obediencia sea perfecta. Dios espera que seamos perfectos.
Si quieren ir al cielo, primero necesitan examinarse para ver si están llevando una vida de obediencia a la voluntad de Dios. Fue el pecado de desobediencia el que Adán y Eva cometieron en el huerto de Edén. Si eliminamos la desobediencia, podemos regresar al lugar donde estábamos. El que desobedece a Dios no puede ir al cielo.
“Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio, entre tanto que se dice: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación. ¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés? ¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad.” He. 3:14-19
Dios dio a los israelitas la tierra de Canaán como un lugar de reposo, y prometió darnos el reino de los cielos, la herencia celestial, como un reposo eterno. Así como las personas que desobedecieron no pudieron entrar en Canaán, los que desobedecen las palabras de Dios no pueden entrar en el cielo. ¿Cómo pueden ellos ir al cielo si guardan el culto dominical en lugar del Día de Reposo, el cual Dios nos dijo que santifiquemos, y celebran el día de adoración al dios Sol, en lugar de la Pascua que Dios nos enseñó conmemorar? La Biblia nos recuerda reiteradamente que, si realmente queremos ir al cielo, debemos obedecer la voluntad de Dios.
“Por lo tanto, puesto que falta que algunos entren en él, y aquellos a quienes primero se les anunció la buena nueva no entraron por causa de desobediencia […]. Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas. Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia.” He. 4:6-11
En un desierto desolado, los israelitas no tenían suficiente comida ni agua. Como la situación en el desierto era tan inhóspita, no dejaban de mostrar sus quejas a Dios. Sus quejas contra Dios implican que no creyeron completamente en las palabras de Dios y lo desobedecieron. Todos querían entrar en la tierra de Canaán, pero la mayoría de ellos fueron destruidos en el desierto como resultado de su desobediencia, y solo aquellos que tuvieron fe y obedecieron a Dios hasta el final, como Josué y Caleb, pudieron entrar en Canaán.
La distancia entre Egipto y Canaán era de unos 300 kilómetros. Pudo ser un viaje de solo diez días, pero pasaron cuarenta años en el desierto. A medida que iban más lejos, se hicieron cada vez más impacientes; desobedecieron a Dios haciendo una cosa tras otra. Todas esas personas desobedientes cayeron en el desierto, y su viaje a Canaán tomó más tiempo. Lo que los israelitas aprendieron durante su viaje fue la obediencia.
Si obedecemos la voluntad de Dios con la determinación de seguir completamente todo el orden de Dios, nos acercaremos mucho más al reino de los cielos. Sin embargo, si nos alejamos de la voluntad de Dios, pensando: “Dios me perdonará esta pequeña maldad”, nos alejaremos aún más del reino de los cielos.
En realidad, en el camino de la fe, hay algunos que llevan una vida de desobediencia y tratan de justificarla como si fuera correcta. Veamos qué hizo que el rey Saúl, el primer rey de Israel, cayera de la gracia de Dios y perdiera su trono.
“Después Samuel dijo a Saúl: Jehová me envió a que te ungiese por rey sobre su pueblo Israel; ahora, pues, está atento a las palabras de Jehová. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Yo castigaré lo que hizo Amalec a Israel al oponérsele en el camino cuando subía de Egipto. Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos. […] Y Saúl derrotó a los amalecitas desde Havila hasta llegar a Shur, que está al oriente de Egipto. Y tomó vivo a Agag rey de Amalec, pero a todo el pueblo mató a filo de espada. Y Saúl y el pueblo perdonaron a Agag, y a lo mejor de las ovejas y del ganado mayor, de los animales engordados, de los carneros y de todo lo bueno, y no lo quisieron destruir; mas todo lo que era vil y despreciable destruyeron.” 1 S. 15:1-9
Dios recordó que el pueblo de Amalec había afligido a los israelitas, y le ordenó a Saúl que los destruyera por completo y todo lo que les pertenecía. Sin embargo, Saúl perdonó lo mejor del ganado y destruyó todo lo que era débil y despreciable, según su propia voluntad. Aun así, dijo que había llevado a cabo las instrucciones de Dios.
“Y vino palabra de Jehová a Samuel, diciendo: Me pesa haber puesto por rey a Saúl, porque se ha vuelto de en pos de mí, y no ha cumplido mis palabras. […] Vino, pues, Samuel a Saúl, y Saúl le dijo: Bendito seas tú de Jehová; yo he cumplido la palabra de Jehová. Samuel entonces dijo: ¿Pues qué balido de ovejas y bramido de vacas es este que yo oigo con mis oídos? Y Saúl respondió: De Amalec los han traído; porque el pueblo perdonó lo mejor de las ovejas y de las vacas, para sacrificarlas a Jehová tu Dios, pero lo demás lo destruimos. […] Antes bien he obedecido la voz de Jehová, y fui a la misión que Jehová me envió, y he traído a Agag rey de Amalec, y he destruido a los amalecitas. Mas el pueblo tomó del botín ovejas y vacas, las primicias del anatema, para ofrecer sacrificios a Jehová tu Dios en Gilgal. Y Samuel dijo: ¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey.” 1 S. 15:10-23
Cuando las personas desobedecen a Dios, crean excusas para su desobediencia. Saúl también creó excusas para su desobediencia; él afirmó haber seguido el mandamiento de Dios, aunque parcialmente, e insistió en que solo había seguido la opinión del pueblo. Él exaltó sus propios pensamientos por encima de las palabras de Dios.
Así, Dios rechazó a Saúl como rey. Dios ya no quería que él fuera el líder del pueblo. Esto se debe a que la desobediencia de las personas a las palabras de Dios traería desgracia sobre la tierra, así como cuando desobedecieron la voluntad de Dios, cometieron pecados en el cielo y fueron arrojados a esta tierra. Después de que el Espíritu de Dios se alejó de Saúl, él enfrentó muchas dificultades. Un espíritu malo lo atormentaba así que ya no era capaz de administrar los asuntos del estado, y terminó muriendo de una forma miserable en batalla.
Dios no pide nuestra obediencia porque desee dominarnos como un dictador. Observado desde el espacio, nuestro planeta Tierra aparece como un punto minúsculo. ¿Dios desea ser exaltado por personas que son tan insignificantes cuando les dice que lo obedezcan? ¡De ninguna forma! Cometimos pecados en el cielo desobedeciendo las palabras de Dios y escuchando las astutas palabras de Satanás, y como resultado fuimos arrojados a esta tierra. Dios quiere guiar a sus amados hijos al cielo. Solo cuando sigamos la voluntad de Dios podremos regresar al eterno reino de los cielos y asegurar un futuro brillante en el que disfrutaremos de la vida eterna y la felicidad. Por eso Dios nos dice que lo obedezcamos.
Así, Dios enseñó y entrenó a los israelitas para obedecer sus palabras en su viaje de cuarenta años por el desierto. Las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron (Ro. 15:4). Examinémonos para ver si estamos desobedeciendo algún mandamiento de Dios y sigamos alegremente el camino por el que Dios nos conduce. El libro de Apocalipsis muestra que aquellos que siguen al Cordero por dondequiera que va, son los que serán redimidos de entre los de la tierra (Ap. 14:4-5).
En las notas autográficas del Padre, está escrito: “Eliseo siguió a Elías, Josué siguió a Moisés, Pedro siguió a Jesús, y yo sigo a la Madre. Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis”. Así, nosotros, el pueblo de Sion, también debemos seguir a la Madre.
Si ponemos en práctica las palabras del Padre y la Madre alegremente y en cualquier circunstancia, seremos benditos en nuestro entrar y benditos en nuestro salir. Si entendemos y obedecemos las palabras de Dios con gozo, puede ser la obediencia que complace a Dios y la llave para recibir todas sus bendiciones (Dt. 28:1-14).
Si seguimos los estándares humanos en nuestra vida de la fe, no podremos evitar ir por el camino incorrecto. Dios debe ser el centro de nuestra fe. En el pasado, las personas pensaban que la Tierra estaba quieta y que el Sol se movía de este a oeste. Sin embargo, en realidad la Tierra rota sobre su eje de oeste a este. No debemos juzgar las cosas solo mirando los fenómenos visibles, sino que debemos mirarlo todo según la perspectiva de Dios, quien gobierna y administra el universo entero, y seguir a Dios por dondequiera que nos guíe. Entonces podremos ir por el camino correcto, el camino al cielo.
El rey Saúl obtuvo consecuencias miserables como resultado de su desobediencia. La Biblia también registra el caso opuesto.
“Aconteció que estando Jesús junto al lago de Genesaret, el gentío se agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios. Y vio dos barcas que estaban cerca de la orilla del lago; y los pescadores, habiendo descendido de ellas, lavaban sus redes. Y entrando en una de aquellas barcas, la cual era de Simón, le rogó que la apartase de tierra un poco; y sentándose, enseñaba desde la barca a la multitud. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar. Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red. Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía.” Lc. 5:1-6
Pedro obedientemente echó sus redes conforme a las palabras de Jesús. Entonces Dios le permitió experimentar algo increíble e inimaginable: él no había podido pescar nada la noche anterior, pero ahora pescó tan gran número de peces que la barca se hundía. Pedro y sus compañeros estaban atónitos ante la pesca que habían hecho, y dejándolo todo, siguieron a Jesús (Lc. 5:11).
Para darnos esos resultados llenos de gracia, Dios nos dijo que lo obedezcamos. Teniendo este hecho en mente, obedezcamos los mandamientos de Dios para predicar fuertemente el evangelio en Samaria y hasta lo último de la tierra. Sin fe, no podemos obedecer a Dios con alegría y llegamos a crear muchas excusas, tal como hizo Saúl. Sin embargo, si confiamos en las palabras de Dios, como Pedro que echó las redes conforme a las palabras de Jesús aunque estaba muy cansado, podremos obedecer a Dios alegremente sin importar las dificultades que atravesemos.
Más de 7000 Siones ahora se han establecido en cada región del evangelio en todo el mundo. Esto ha sido posible porque nuestros hermanos y hermanas de Sion han obedecido el mandamiento de Dios con fe. Este año, obedezcamos las palabras del Padre y la Madre celestiales aún más y prediquemos el evangelio del reino a todas las personas alrededor del mundo que aún no han escuchado. Teniendo en mente que Dios da más bendiciones a los que lo obedecen y desea obediencia más que sacrificios, sigamos a Dios por dondequiera que nos guíe y vayamos juntos al cielo.