Sea esta la que Dios ha destinado

Génesis 24

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A la hora de la tarde, un viajero, cubierto de polvo, se detuvo junto a un pozo de agua fuera de la ciudad. Era el criado de Abraham, que llegó de muy lejos, de Canaán, para encontrar a la esposa de Isaac, el único hijo de su señor. Este viejo criado hizo arrodillar a los camellos al lado de la fuente de agua, y juntó sus manos para orar:

“Oh Jehová, Dios de mi señor Abraham, ahora es la hora de la tarde, la hora en que las hijas de los varones de esta ciudad salen por agua. Sea, pues, que la doncella a quien yo dijere: Baja tu cántaro, te ruego, para que yo beba, y ella respondiere: Bebe, y también daré de beber a tus camellos; que sea esta mujer bondadosa la que tú has destinado para tu siervo Isaac.”

Y aconteció que antes que él acabase de hablar, una doncella de aspecto muy hermoso salía con su cántaro sobre su hombro y descendió a la fuente, y llenó su cántaro. Cuando se volvía, el viejo criado la llamó. Ante su petición de beber un poco de agua, la mujer se dio prisa a bajar su cántaro, y le dio a beber.

Y cuando acabó de darle de beber, dijo: “Parece que has recorrido un largo camino, también sacaré agua para tus camellos”, y corrió otra vez al pozo para sacar agua. Sacó agua para unos diez camellos, y vació su cántaro en la pila. Y su rostro era puro y hermoso. Todo ocurrió como el viejo criado había orado.

La doncella que dio un buen trato al viajero era Rebeca. Ella era tan amable que hasta era considerada con los animales sedientos. Después, recibió la bendición de convertirse en la esposa de Isaac, el hijo de la promesa, y de ser madre de diez millones de israelitas.

Lo que hace brillar a la gente no es la ropa o los adornos de fantasía, sino sus acciones. Es porque sus obras son un espejo que refleja su carácter tal como es.

Las buenas obras vienen de la compasión por los demás. Rebeca, que era una simple muchacha, sacó varias veces agua para saciar la sed de los diez camellos, cuyo dueño no era más que un viajero desconocido para ella.

Lo que hizo Rebeca coincidió con lo que el criado de Abraham había orado a Dios antes de encontrar a la mujer de Isaac. Aunque primero la providencia de Dios obró en todo este asunto, si Rebeca no hubiera hecho una buena obra, la bendición que Dios había predestinado se habría podido dar a otra persona.

Una gran amabilidad, que no todo el mundo puede tener, surge naturalmente cuando uno siempre practica buenas obras en las cosas pequeñas. Sus obras buenas y su bondad se convierten en su segunda naturaleza, y dan como resultado grandes bendiciones que no se conceden a todos, incluso la bendición de ser el escogido de Dios.